lunes, 14 de octubre de 2013

Se llamaba Gregorio Samsa

Se llamaba Gregorio Samsa pero yo no me acordaba. A los 18 años, en una tarde calurosa de verano, leyendo febril, apostada tras una puerta sin tranca, como un preso sin tiempo, lo más extraordinario era que te salieran patas. Poder subir paredes. Colgarse en el techo y dejarse estar ahí por un momento de silencio. Con los ojos cerrados. Lo más extraordinario era que te criara una armadura de bicho para vestir en las batallas. Brillante. Que te ciñera las caderas.

Por aquel entonces, en esa habitación, tampoco había cama para cuidar a la Rebeca de Cien años de soledad que te ha devuelto, y que tras la puerta, hoy me mira con la fortaleza de una dignidad que me era imposible comprender. Con los ojos desorbitados, con los pelos deshilachados y la espalda recta de las decisiones firmes. Por aquel entonces, se me coló la Amaranta que ocupaba todas las sillas bajas de la costura, que cosía y descosía su mortaja. Y no me di cuenta que con cada una de sus puntadas, me iba secando y secando en hilos finos. Y que no volvería a correrme la sangre entre las piernas, apoyada en un quicio, urgente, mientras mi abuela me llama por mi nombre.

Se llamaba Gregorio Samsa pero yo ni siquiera me acordaba del final de su historia. De que apenas comía, del rechazo, del abandono de su familia, de la manzana podrida que le hería la espalda. De la imposibilidad de andar hacia atrás. Si al menos hubiera sido un Bartleby con entierro.

Cierro el libro y me aprieto con la mano el pecho que a veces no respira. Me siento terriblemente triste. Enfadada.

Es octubre. Empiezo a sentir frío. Se han vuelto a levantar los laberintos. Los minotauros han vuelto a su trabajo y ya no mastican hierba verde. Todo está lleno de moscas. De hoy no pasa que quite la persiana de la ventana de la habitación, Gregorio. Para que nos entre más el sol mientras los demás creen que estamos mudos.

Es curioso, Gregorio. Hoy he quedado con el hombre del quicio. A veces siento que he aprendido cosas y me gustaría vivir a las personas otra vez. Pero no puedo. Solo puedo releer los libros y estarme aquí un ratito contigo. Escuchando músicas de otros tiempos.


1 comentario:

  1. Gregorio el escarabajo nunca se da cuenta de que tiene alas bajo la dura cobertura de su espalda. Es decir, que el protagonista del relato más angustioso de la literatura universal es en realidad una criatura que puede volar y escapar del lugar sin saberlo. Como tantos de nosotros.

    ResponderEliminar