viernes, 25 de abril de 2014

Palabras de flores amarillas para Paula

Mamá. Yo quiero ser de plata. Hijo, tendrás mucho frío.

Hay días que se paren sueños y amigos, libros y campos. Otros, derrotas y ansiedades, mentiras y tormentas. Hay días que se paren artistas, ministros o jueces. Otros, dictadores, maltratadores y desfalcadores. Hay días que se paren personas. Otros, monstruos. Hay días que se paren mujeres y hombres libres. Otros, esclavos.

Hay días que parimos juntos. Otros, solos. Hay días que paren los padres. Otros, las madres. Hay días que se pare del vientre. Otros, del corazón. Hay días que se pare de noche. Otros, de día. Hay días que nos parimos a nosotros mismos. Pero otros días, parimos hijos.

Mamá. Yo quiero ser de agua. Hijo, tendrás mucho frío.

Como en la canción, tú, no viniste del frío y de la lluvia, llegaste del amor y de la luna. Y aunque no hubiera sido así, yo te habría construido una cuna de flores.

Desde que naciste, este día te cuento como llegaste. Como abriste tus ojos azules. Como de bonita venías cuando te lavaron, toda repeinada, con tu rayita hecha incluso en el pelo. Desde que naciste, este día te cuento como desde la primera noche lloraste por dormir conmigo, y cómo te gustaba acurrucarte en mi vientre, como si quisieses prolongar estar dentro.

Desde que naciste sé que tú eres tú. Me gustaría que mañana fueses una persona que se apurase por cambiar el mundo y hacerlo mejor. Me gustaría que mañana fueses una mujer alta, de fuerza y paso firme para abrirse camino por sí misma.

Si me pusiese a buscar tu lugar en el mundo, seguramente buscaría el mío. Por eso, prefiero enseñarte simplemente que estoy aquí, qué podemos leer y dibujar juntas, andar caminos, buscar faros y escuchar canciones. Cierro los ojos y sólo puedo verte guapa.

Desde que naciste a mí por dentro me nacieron las entrañas. A veces las siento como raíces de árbol. Otras, como arpones. Qué te puedo dar que no me sufras.

Mamá. Bórdame en tu almohada. ¡Eso sí! ¡Ahora mismo!

lunes, 21 de abril de 2014

Intentando una canción tonta amarilla

Volvimos a la ciudad con los años de hija y de madre hechos.

La casa no se había ido. Ni la ventana de los tejados. El techo seguía teniendo rectángulos de cielo y el sofá continuaba estando donde se puede ver lo que vuela. Y ahí seguían los libros. Las plantas. Las máscaras y los fetiches. Y el suelo. El suelo no se había ido. Busco a tientas las paredes mordidas.

Mama.
Yo quiero ser de plata.
Hija,
Tendrás mucho frío.

Ordeno la ropa en el armario abierto de par en par. Coloco los pañuelos que traje en el tercer cajón aprendido: el más onubense de rayas azules y blancas; el verde primavera con flores-camino; el tierra-áfrica con hilos de corteza de árbol; el blanco y negro de pájaros en la cabeza y en las alas.

Lavo y tiendo. Cuando no llueve, el cielo está muy gris.

Miro la cama. Está llena de rosas amarillas huérfanas. Nana se arquea y ronronea. Tengo sueño. Me apetece dormirme entre las flores, con la gata de colores en el pecho. Dispuesta a escapar del destino de la mujer de agua. Tarareando canciones para espantar los silencios.

Pero no duermo. Me tomo otra taza de café.

Me peino el pelo. Me lo toco. Me miro al espejo. Esta vez me he traído el mar. Lo hago alfombras.

Mamá.
yo quiero ser de agua.
Hija,
Tendrás mucho frío.

Paula estudia en su habitación. Sonrío. Aún no ha deshecho su maleta, desparramada en ocho patas por el suelo. No repta. Solo escupe ropa y más ropa sin parar. Y zapatos. Y lianas que se cuelgan del techo inclinado en los que juegan y gritan monos. Lanzándose unos a otros los cojines de la cama. Suena música de mujer negra. Las tortugas verdean en el agua. Para entrar es necesario escalar montañas. Sonrío. Qué bonita, mi niña.

Me toco el vientre donde conviven las entrañas y los arpones. Sigo con el dedo las líneas de la Canción tonta. Como cuando se aprende a leer.

Dibujo en el mapa del tesoro del corazón que he estado haciendo. Con pasos hacia adelante y hacia atrás. Con aguja y dedal. Donde apunté la protección y la dedicación, la admiración, he escrito ‘madre’. A veces aprendo y olvido, y he de volver a aprender, que en mí, la protección es mujer. La que se levanta y anda. La que me reconoce la voz. La que me despide con las manos en el coche.

Pienso en las cargas que no son nuestras. Las que llevo de mi madre y que no me pertenecen. En un cordón umbilical largo. Como una sombra alargada que me pesa en el cuello. Este mapa. No entiendo el mapa. Este mapa. Esta línea larga en los años.

Me sumerjo en el agua muy fría. Mis pulmones respiran como si estuviese naciendo. Paula recita su lección que atraviesa puertas. Estoy aprendiendo a encender un fuego. Para tener luz y calor propios. Para que ella pueda también aprenderlos. En un baile de pies y manos con dedos. Para seguir soñando sueños.

Para que tú, si quieres, puedas encontrarnos.

Mamá.
Bórdame en tu almohada.
¡Eso sí!
¡Ahora mismo!


sábado, 5 de abril de 2014

El olvido que no eres

El 25 de agosto de 1987, pasé la tarde debajo de una sombrilla de playa. Al borde de la piscina. Llevaba puesto mi primer bañador. Uno irrepetible de cuadros negros y amarillos. De ingles zancas. Como una bandera de carreras que advierte de incidencias en pista, en un esquema de tablero de ajedrez sin fichas. Reduzca la velocidad.

Era mi cumpleaños y por primera vez deambulaba con alguien por los pasillos imaginados de una biblioteca gigantesca de libros. Con ventanales altos. Estaba fascinada. Me sentía de aire, respirando todos los libros. Permitiendo que me salieran por la boca personajes en una danza roja. Recuerdo el zumbido en mis oídos. Los tapo con las manos y me devuelven el sonido del agua y la luz. Como las caracolas. Ahí están el runrún de los cuentos, las palabras como tambores. El sonido de la piel.

El 25 de agosto de 1987 era mi cumpleaños y, aunque no me bañé, me enamoré para toda la vida por primera vez.

Por eso me acuerdo de esa fecha.

Lo que no sabía, hasta que hace unos días cuando leí el hermoso libro escrito por su hijo, ‘El olvido que seremos’, era que esa misma tarde, mientras yo volaba en traje de baño debajo de un parasol, fue asesinado Héctor Abad Gómez. En la otra cara del mundo. Donde está Colombia. El hombre imprescindible de Brecht, pero también el esposo, el padre, el amigo, el médico, … imprescindible, era acribillado, junto a otro compañero, a balazos en una calle de Medellín.

Precisamente ese día, que he vivido más que otros, yo no supe de ti. Lo siento. No supe de ti y de tu lucha sin descanso. No supe de tu familia. Lo siento. No supe que te estabas yendo de la vida.

Pero he leído el libro y he reescrito contigo esa tarde y todos nuestros aniversarios. Poquito a poco. En un hilo largo de cometa. Hecho a mano.

Releo el soneto de Borges que llevabas en el bolsillo, el que habías copiado en una hoja en blanco y puesto junto a la copia de la lista de los nombres amenazados de muerte. Entre los que estaba el tuyo. Como un epitafio inevitable. Dos papeles. Los que encontró tu hijo que llegó corriendo y te besó ya en el suelo. Todos los nombres y un poema.

Releo el soneto de Borges en tu homenaje y se lo ato conmovida al hilo. ‘Ya somos el olvido que seremos’. Volando por el pecho.

Mientras escribo, aquí tengo el libro de tu hijo. A mi lado. Está en ese periodo de transición en el que necesito tocarlo para acomodarlo dentro. Antes de ocupar su sitio en el estante ordenado de la biblioteca de las emociones. Acariciar las tapas que guardan, las palabras.

Pertenece ya a ese lugar íntimo, anidado por otros libros-yasomoselolvidoqueseremos recientes. En el que habita la memoria de la persona que me gustaría ser: ‘Che Guevara: Una vida revolucionaria’ de John Lee Anderson, con su cara y su pelo al viento de la montaña; ‘El arte del asesinato político: ¿Quién mató al obispo?, con su piedra entera manchada de sangre; y ‘Di su nombre’ de Francisco Goldman, saltando olas, ávidas de vida. Con nuestros vestidos de novia colgados en perchas en la entrada de la casa. Como un altar. En un río interrumpido. ‘Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar’.

Son libros que me dejan más huérfana. De manera irremediable, dolorosa. Con los que me siento a coser. Pero que me hacen mejor, que me agrandan.

Miro el libro. Toco el libro-dignidad. Toco el libro-padre. Me siento afortunada, agradecida de haberte encontrado. De que me hayas llegado. De que me devuelvas a mi nombre. Me llevo la mano ahí donde la tráquea se bifurca en dos para poder respirar y volar, y que a veces se me atasca, transitando un duelo por ti y los tuyos.

Brindo por ti. Por el olvido que no eres.

Por los que luchan. Por el amor. Por las cometas en el cielo y en el pecho. Por la Memoria. Por las mujeres, siempre.

Por los poetas.

Y como dice esa petenera alpujarreña: "Lo siento como lo digo, lo digo como lo siento. Que Federico está vivo y el que lo mató está muerto". Que Héctor está vivo y el que lo mató está muerto.