lunes, 21 de abril de 2014

Intentando una canción tonta amarilla

Volvimos a la ciudad con los años de hija y de madre hechos.

La casa no se había ido. Ni la ventana de los tejados. El techo seguía teniendo rectángulos de cielo y el sofá continuaba estando donde se puede ver lo que vuela. Y ahí seguían los libros. Las plantas. Las máscaras y los fetiches. Y el suelo. El suelo no se había ido. Busco a tientas las paredes mordidas.

Mama.
Yo quiero ser de plata.
Hija,
Tendrás mucho frío.

Ordeno la ropa en el armario abierto de par en par. Coloco los pañuelos que traje en el tercer cajón aprendido: el más onubense de rayas azules y blancas; el verde primavera con flores-camino; el tierra-áfrica con hilos de corteza de árbol; el blanco y negro de pájaros en la cabeza y en las alas.

Lavo y tiendo. Cuando no llueve, el cielo está muy gris.

Miro la cama. Está llena de rosas amarillas huérfanas. Nana se arquea y ronronea. Tengo sueño. Me apetece dormirme entre las flores, con la gata de colores en el pecho. Dispuesta a escapar del destino de la mujer de agua. Tarareando canciones para espantar los silencios.

Pero no duermo. Me tomo otra taza de café.

Me peino el pelo. Me lo toco. Me miro al espejo. Esta vez me he traído el mar. Lo hago alfombras.

Mamá.
yo quiero ser de agua.
Hija,
Tendrás mucho frío.

Paula estudia en su habitación. Sonrío. Aún no ha deshecho su maleta, desparramada en ocho patas por el suelo. No repta. Solo escupe ropa y más ropa sin parar. Y zapatos. Y lianas que se cuelgan del techo inclinado en los que juegan y gritan monos. Lanzándose unos a otros los cojines de la cama. Suena música de mujer negra. Las tortugas verdean en el agua. Para entrar es necesario escalar montañas. Sonrío. Qué bonita, mi niña.

Me toco el vientre donde conviven las entrañas y los arpones. Sigo con el dedo las líneas de la Canción tonta. Como cuando se aprende a leer.

Dibujo en el mapa del tesoro del corazón que he estado haciendo. Con pasos hacia adelante y hacia atrás. Con aguja y dedal. Donde apunté la protección y la dedicación, la admiración, he escrito ‘madre’. A veces aprendo y olvido, y he de volver a aprender, que en mí, la protección es mujer. La que se levanta y anda. La que me reconoce la voz. La que me despide con las manos en el coche.

Pienso en las cargas que no son nuestras. Las que llevo de mi madre y que no me pertenecen. En un cordón umbilical largo. Como una sombra alargada que me pesa en el cuello. Este mapa. No entiendo el mapa. Este mapa. Esta línea larga en los años.

Me sumerjo en el agua muy fría. Mis pulmones respiran como si estuviese naciendo. Paula recita su lección que atraviesa puertas. Estoy aprendiendo a encender un fuego. Para tener luz y calor propios. Para que ella pueda también aprenderlos. En un baile de pies y manos con dedos. Para seguir soñando sueños.

Para que tú, si quieres, puedas encontrarnos.

Mamá.
Bórdame en tu almohada.
¡Eso sí!
¡Ahora mismo!


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