El 25 de agosto de 1987, pasé la tarde debajo de una
sombrilla de playa. Al borde de la piscina. Llevaba puesto mi primer bañador. Uno
irrepetible de cuadros negros y amarillos. De ingles zancas. Como una bandera
de carreras que advierte de incidencias en pista, en un esquema de tablero de
ajedrez sin fichas. Reduzca la velocidad.
Era mi cumpleaños y por primera vez deambulaba con alguien
por los pasillos imaginados de una biblioteca gigantesca de libros. Con ventanales
altos. Estaba fascinada. Me sentía de aire, respirando todos los libros. Permitiendo
que me salieran por la boca personajes en una danza roja. Recuerdo el zumbido en mis oídos. Los
tapo con las manos y me devuelven el sonido del agua y la luz. Como las
caracolas. Ahí están el runrún de los cuentos, las palabras como tambores. El sonido
de la piel.
El 25 de agosto de 1987 era mi cumpleaños y, aunque no me bañé, me
enamoré para toda la vida por primera vez.
Por eso me acuerdo de esa fecha.
Lo que no sabía, hasta que hace unos días cuando leí el hermoso libro
escrito por su hijo, ‘El olvido que seremos’, era que esa misma tarde, mientras
yo volaba en traje de baño debajo de un parasol, fue asesinado Héctor Abad
Gómez. En la otra cara del mundo. Donde está Colombia. El hombre imprescindible de Brecht, pero también el esposo, el padre, el amigo, el médico, …
imprescindible, era acribillado, junto a otro compañero, a balazos en una calle
de Medellín.
Precisamente ese día, que he vivido más que otros, yo no supe
de ti. Lo siento. No supe de ti y de tu lucha sin descanso. No supe de
tu familia. Lo siento. No supe que te estabas yendo de la vida.
Pero he leído el libro y he reescrito contigo esa tarde y todos
nuestros aniversarios. Poquito a poco. En un hilo largo de cometa. Hecho a mano.
Releo el soneto de Borges que llevabas en el bolsillo, el que habías copiado en una hoja en blanco y puesto junto a
la copia de la lista de los nombres amenazados de muerte. Entre los que estaba
el tuyo. Como un epitafio inevitable. Dos papeles. Los que encontró tu hijo que
llegó corriendo y te besó ya en el suelo. Todos los nombres y un poema.
Releo el soneto de Borges en tu homenaje y se lo ato
conmovida al hilo. ‘Ya somos el olvido que seremos’. Volando por el pecho.
Mientras escribo, aquí tengo el libro de tu hijo. A mi lado. Está en ese
periodo de transición en el que necesito tocarlo para acomodarlo dentro. Antes de
ocupar su sitio en el estante ordenado de la biblioteca de las emociones. Acariciar
las tapas que guardan, las palabras.
Pertenece ya a ese lugar íntimo, anidado por otros libros-yasomoselolvidoqueseremos recientes. En el que habita la memoria de la
persona que me gustaría ser: ‘Che Guevara: Una vida revolucionaria’ de John Lee
Anderson, con su cara y su pelo al viento de la montaña; ‘El arte del asesinato político: ¿Quién mató al obispo?, con su piedra entera manchada de sangre; y ‘Di su nombre’ de Francisco Goldman, saltando olas, ávidas de vida. Con nuestros vestidos de novia colgados en
perchas en la entrada de la casa. Como un altar. En un río interrumpido.
‘Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar’.
Son libros que me dejan más huérfana. De manera
irremediable, dolorosa. Con los que me siento a coser. Pero
que me hacen mejor, que me agrandan.
Miro el libro. Toco el libro-dignidad. Toco el libro-padre.
Me siento afortunada, agradecida de haberte encontrado. De que me hayas
llegado. De que me devuelvas a mi nombre. Me llevo la mano ahí donde la tráquea se
bifurca en dos para poder respirar y volar, y que a veces se me atasca, transitando
un duelo por ti y los tuyos.
Brindo por ti. Por el olvido que no eres.
Por los que luchan. Por el amor. Por las cometas en el cielo y en el
pecho. Por la Memoria. Por las mujeres, siempre.
Por los poetas.
Y como dice esa petenera alpujarreña: "Lo
siento como lo digo, lo digo como lo siento. Que Federico
está vivo y el que lo mató está
muerto". Que Héctor está vivo y el que lo mató está muerto.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSolo porque había errores. En realidad es el mismo que sigue.
EliminarQuizá porque "amontonado en su arena / guardo amor, juegos y penas", comprendo, comparto y vivo este relato.
ResponderEliminarNo he buscado demasiado tu nombre para saber tu edad ni tu ocupación, pero en encanta lo que escribes, tus preocupaciones y cómo las expresas; cómo enlazas pensamientos y das tus referentes a los lectores para compartirlos también.
Me gusta, me gustas: Te leeré cuando pueda y agradezco el descubrimiento a Carlos de la Calle.
Gracias, Juan, por regalarnos tu playa. Y a nuestro amigo Carlos, por encontrarte.
EliminarEstoy justo entrando en la casa. Hace calor. Mucho. Salí para ser la única mujer-invierno que andaba esta mañana por la calle. He recogido unos encargos de libros que he dejado sobre la mesa descansando; he entregado otros. Sí que hace calor hoy. Me pongo a nostalgiar un baño en el mar-océano. Mudando la piel.
Este fin de semana he leído Niketche, de Paulina Chiziane. Libro-cimientos. Mayúsculo. Me gusta toda Chiziane. Toda. Me encanta descubrir y bucear en la literatura africana, donde siempre me imagino mujer-verano.
Un abrazo grande.
En el libro de Chiziane se hace referencia al "lobolar". María ironías de la vida.
ResponderEliminarUn abrazo
La ironía la veo si desglosamos la palabra lobo- lar (hogar)
ResponderEliminarDivertido no te parece?. Besos
¡Ay, qué me cuesta entender a veces la ironía! Lo siento. Me enredo dentro. Sí, divertido. G-r-a-c-i-a-s enormes, lo incorporaré al diccionario esencial de vocabulario doméstico. Un abrazo
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