martes, 29 de julio de 2014

Poesía a mano V


                 XXIV

Huyes despavorido de la tristeza.
Cerrando las puertas tras de ti.
Creas barricadas inamovibles.
Da igual cuántas puertas consiga abrir.
Levantas otras.
Siempre a puertas entre nosotros.
Dormimos con puertas en la cama.
Amanecemos con puertas en el día.
El ‘buen día’ tiene una puerta entre cada palabra.

Huyes despavorido de mi tristeza.
La que me crece sin querer en un musgo latente.
De dentro.
La que me encuentro por la calle.
La que me devuelve cada puerta cerrada.
Puerta cerrada: antes de abrir, recoja su tristeza.



                XXV

Hay días como hoy en los que amanezco
sin encontrar consuelo a la tristeza.
Me tumbo en la tierra del huerto
y me abandono a ella.
Me abandono al aire, a los pájaros,
a las hormigas.
Ojalá me transportasen a un sitio dentro,
me desaparecieran.
Quiero llorar pero no me sale hacerlo.
No me valieron las tácticas de Benedetti.
No supe hacerlas.
No alcancé ninguna estrategia.
Tú no me necesitas.
En tu mundo, tú no me necesitas.



                XXVI

La casa de la playa, mi casa,
me pesa como una losa.
Pasan los pasos perdidos
por encima del pecho,
las ruedas estirando el tiempo.
¿Qué hago aquí?
Nada. Aquí no hago nada.
No puedo respirar en esta casa, mi casa,
en la que tú decidiste, me imaginaste, exiliada.
¿Cuántas veces?
Mi retiro de ti.
Dónde tú querías que me quedara.
Me sobra la casa, mi casa.
Necesito despegármela de la piel.
Nada. Aquí no hago hoy nada.
Solo ahogarme más.



                XXVII

Aquí sigo.

               

                XXVIII

Hoy subí la lámpara de sal y la saqué de su caja.
La puse en la mesita de la entrada,
al lado de las rosas secas.
Se la nota incómoda.
Yo también lo estoy.
Le busco un sitio y no lo encuentro.
Ya no está la cómoda de los cajones
donde se guardan los pañuelos de los viajes.
Ya no llora el ángel de Caravaggio
en la portada del libro apoyado.
Sé que cuando la encienda
se deshará en agua y cristales.
Como yo.



                XXIX

He regado las plantas,
he sacado una pintura africana de colores,
la caja de la costura.
Cambié una foto de sitio.
Lavé unas sábanas.
Puse unos libros sobre la alfombra
y me eché un rato
sobre el cojín de noche estrellada.
Escribo ahora.
Sin zapatos.
Dentro de un rato,
cuando llegue la noche, también al día,
encenderé las velas.


                                                       Faro (E. Hopper)

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