martes, 5 de agosto de 2014

Poesía a mano VI


                XXX

A veces me enredo en la cabeza.
Necesito un abrazo.
A veces me enfado por cosas que no son.
Necesito un abrazo.
A veces me caigo, a veces me levanto.
Necesito un abrazo.
Me miro las manos, la piel.
Tengo frío.
Estoy llena de abrazos que se pudren.



                XXXI

Me levanto temprano.
Necesito cerrar los ojos.
Solo un poco.
Mientras tomo un café.
Dormitar que empieza un nuevo día 
para luego poder seguirlo.
Leo.
Solo un poco.
Para alimentar el silencio.
Mientras, la perrita, 
ha tratado de chuparme los pezones desnudos.
Necesito cerrar los ojos.
Solo un poco.
Me vuelvo al recuerdo de ti
acercándote con la boca abierta a mi pecho.



                XXXII

¿Y tú, cómo ves a mamá?
La niña-mujer no responde.
Mantiene los ojos muy abiertos,
la mirada sostenida al filo
de un acantilado de mar.
La garganta encogida.



                XXXIII

Me estalla la cabeza.
Agotada del pensamiento sin cansancio.
Pensarte y pensarte de manera permanente.
Despierta. Dormida.
Enganchada a una rueda inagotable en su giro.
A una piedra de Sísifo.



                XXXIV

Hoy salí temprano a andar la orilla.
Me llené del sonido en calma del mar.
Azul.
Me tendí en la arena.
Con las manos hacia arriba.
Esperando sostener el pozo del pecho
que se traga mi garganta y mi estómago.
Oscuro.
¿De qué color son tus lágrimas?
Amarillas, pensé.



                XXXV

Al principio no quería ir al mar
que habíamos paseado juntos el verano pasado.
Me dolía su azul.
La arena me mordía los pies.
Podemos seguir juntos pero lo mejor
es que tú y la niña os quedéis aquí.
Yo vendría a veros.
¿Lo mejor para quién?
Al principio no quería ir al mar.
Me pesaban en el pecho los meses descontados día a día.
Ya no quiero que sigamos juntos.
Lo mejor es que tú y la niña os vayáis a tu casa cerca del mar.
El siguiente verano.
Al principio no quería ir al mar.
Me ahogaba.
Gota a gota. Día a día. Pérdida a pérdida.



                XXXVI

Cuando nos conocimos, hablamos del mar interior.
Del agua de dentro.
Estás como unas maracas, me dijiste.
Como una regadera, por favor, te contesté.
De agua.
Que pueda llenarse y vaciarse.
Luego a nuestro colchón le llamamos ‘la playa’.
Tumbarme contigo y pensarme en el paraíso.
La playa.
En la cabecera, el mandala de azules. Otro mar interior.
Gota a gota. Día a día. Pérdida a pérdida.
La playa fue desapareciendo.



                XXXVII

Y me fui desapareciendo yo también.
Gota a gota. Noche a noche.
Acurrucada como una niña no nacida a un no pasa nada.
Incapaz de no contar las noches vacías.
Y me fui desapareciendo.
Se me borraron los ojos y la boca.
Se me borraron las manos.
La garganta, la piel entera.
Los huesos.
La voz.
Al final solo fui unos dedos de los pies
que a veces te rozaban.
Gota a gota. Noche a noche. Sola.
¡María!
Grito hoy con las noches y los días confundidos.
¡Mujer!
¡No te desaparezcas del todo!
Gota a gota.
¡María!
Nácete. Pare una risa.
Día a día. Gota a gota del amor.


                                                         Mujer en la playa (M. José Ramat).

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