martes, 16 de septiembre de 2014

Los tejados de gato

En la plaza, una mujer llora sentada en la fuente. Con el agua mojándole los pies descalzos. Me hubiera gustado sentarme con ella. En silencio. Solo para que estuviéramos cerca la una de la otra. Celebrando un mundo donde con las manos se hacen vasijas con lo que pasa por dentro. De barro. Donde podemos abandonarnos al abrazo. Donde los adoquines no asfaltan la piel.

Necesito ponerme en agua con el esqueleto de madera nuevo. Para volver a hincharnos y ocuparnos. Para volvernos a nuestro tamaño. Como mi padre hacía con la azada del campo. De usarla. De no usarla.

Desde las ventanas de la casa, veo los tendederos de ropa y la escalera del edificio con todas sus historias de tiempo en los rellanos.

Desde mi cama, he lanzado una cuerda para unir nuestras ventanas. Vuelvo a no dormir. Las nubes pasan y pesan. La luna no se ríe. Duele.

Necesito cortar la cuerda de tripas. Para que en la casa vuelva a entrar el aire y podamos ver el color por encima de los tobillos. Por encima de donde se mueven los pies y habita Nana. Ay, la niña chica.

Tripas.

Hoy en la casa de enfrente he visto un gato. ¡Gato! ¡Gato! ¡Gato!, le he gritado. No sé por qué lo he hecho. Quizás porque no puedo dejar de asomarme a los tejados, imaginando que los salto hasta alcanzarte. ¡Gato! Gato! ¡Gato! Como una funambulista sin rabo, ni pelo, sin ojos redondos.

Vuelvo a estar cansada. Pero no puedo permitirme desaparecerme otra vez. Ahora que tengo el esqueleto de madera nuevo. Ahora que por fin puedo flotar en el mar y que me aventuro a gritar al aire como una mujer loba. Ahora que bailé al escuchar la música. ¡Gato! Gato! ¡Gato! Busco las frases que me apuntalan. Me repito lo que no quiero sentir que soy. Una ladrona de luz. De energía. Una cárcel. Una mala. Una fea. Una sobra.

Miro las nubes en el cielo. Desato las cuerdas invisibles y me meto bajo las sábanas. Escucho la ciudad a gritos mudos en los oídos. Cierro los ojos. No quiero volver a sentir el miedo. Tengo esqueleto para andar. Me crecieron las manos y los pies amputados. Me creció la voz. No quiero volver a sentir el miedo. ¡Gato! Gato! ¡Gato!

He puesto los cuadros y las piedras, las caracolas de mar. La playa de las tortugas. Los palos y las ramas secas en los floreros. Las velas y el árbol de los deseos. La llave de la vida. La niña que baila. La mujer que se toca el cuello. Ya anda el elefante de Saramago en su viaje y las niñas siguen asomándose a través del cristal de un coche.

He puesto el cojín-padre sobre la cama.

He puesto el mandala azul en la pared.

Limpié la casa y he puesto todo lo que soy.

Estamos nosotras: la hija y la madre.

No quiero volver a tener miedo de lo que soy.

¡Gato! Gato! ¡Gato!

Quiero quererte tanto.

Quiero sentarme en la fuente de la plaza. Y llorar y mojarme los pies si es de lo que tengo ganas. De pena o de risa. Con el esqueleto nuevo. Flamante. De madera de barco.




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