Mirándome fijamente a los ojos, me ha dicho: tú no sientes deseo y eso
no puede ser. Porque el deseo es el motor de la vida.
De día, la bailarina dorada danza por toda la casa. Dibujando árboles y
olas en las paredes. El aire. Con las puntas de los dedos. A veces incluso sale
y entra por las ventanas, pisando los tejados del barrio en un vals vienés. De
noche, se queda quieta. En equilibrio. Sosteniendo, como Nour, el cielo
estrellado de la casa que se ve desde mi cama. Como casi todos, con los ojos y
la boca agujereados por la vida. Por donde pasa y se oye el aullido del viento.
Me gusta el sol del mes de octubre que hace desaparecer los muros sin
fronteras de los laberintos y libera a los minotauros. Para correr libres. Para
embestir al aire. Sin miedo a los espejos.
Me tumbo en el suelo. Cierro los ojos al sol. Me como la hierba. Las
moscas. Sabrosas. Me relamo con la lengua.
Sonrío irónica la casualidad que no existe de esta frase de Kafka
escrita en el libro recién comprado de Halfon: ‘Una jaula salió en busca de un
pájaro’. Miro por la ventana a la gente que pasa. Sin verla. Corro entre los
árboles intentando salvarme.
Me duelen los pezones. Me unto con sal.
La luna se pasea por la habitación desde mi almohada. Es tan bonita que
tengo ganas de llorar. Aprieto el puño de la mano izquierda donde he escrito
también mi nombre. Monasterio. Termino de leerlo. Siento que acabo de hacer el
amor contigo. Soy hermosa. Soy un pájaro. Intentando esquivar a la locura.
A veces, cuando el día se levanta nublado, como si no quisiera
amanecerse, saco la mecedora de tela de la memoria. La acerco a la ventana y me
quedo un rato allí. Para adentro. Contando los pájaros que vuelan. Me pinto una
raya blanca en la frente, entre los ojos, y pienso que la acaricio. Toco mis
labios. Los tuyos. No dejo espacio para las preguntas ni para las respuestas
que no me pertenecen. Me acuno. No dejo espacio para aparentar que me levanto y
ando. Solo me mezo y me alimento de cerrar los ojos por un rato.
La luna llena que está llegando y que se cuela en mi habitación, me revuelve.
Me da la vuelta. Las orejas en los pies, el hígado en el pecho. Rujo como una
leona cavernaria en la ducha fría. Pienso en saltar por los tejados y encaramarme
a las antenas como si fuera King Kong. Sin castrar. Mirando a través de los
cristales de las ventanas. Las caras por dentro. Rujo y me saco el dolor hasta
la garganta. A la altura del sexo. Lo amaso. Rujo. Dibujo tu cara. Pienso que puedes
sentirlo. Rujo. Un beso un beso un beso un beso. De tripas. Un rayo que me
atraviesa. Una sonrisa en los ojos de agua.
Aprovechando que llueve, escarbo la tierra.
Con tu voz sostenida en las nubes que amanecen, con las manos y con los
pies, hoy he crecido un río. Abro las ventanas para poder flotar en el aire. No
te salves, pienso, no te salves. Anda este río. Crécelo. Píntame la arena del
vientre por dentro. Mírame. Péiname el pelo con los dedos. Bésame. No te
salves. Bésame. Hasta un lugar que no conozco.
(Mujer con ventana, M.José Ramat)
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