Domingo tarde. Leo ‘El cuaderno dorado’ de Doris Lessing.
Leerla me cura por dentro. Me serena.
Doris Lessing es de color
amarillo.
Quiero reescribir uno de mis posts anteriores, ‘El otro pie de la sirena’. Pero dentro del agua, alegre. Un pie de madera que se vuelva pez. Que
no tenga taras. Encontrar los colores de pintar.
Hoy estuve a punto de comprar un
geranio. Solo a punto. Si lo compro no sabré sostener su belleza quieta en la casa con techo. Con las manos abiertas de quien no puede hacer nada. Esperaría a que le saliera la
primera flor y me lo comería llena de hambre. A dos manos. Hasta escupir la
raíz. La boca de tierra.
Es domingo, Doris Lessing es de
color amarillo, el pie de madera de la sirena en el agua es un pez y los
geranios abren patios.
Arrastro la mano por la pared blanca del de mi casa. Como si tocara letras de nombres.
Leo a Doris Lessing porque me
sana por dentro. Me gusta tocar las piedras.
Intento imaginarme a Paulina, la protagonista de 'el otro pie', sentada
a la orilla de un riachuelo que salta su agua entre las piedras. Una sirena de
carne y hueso, con la falda abierta y remangada y los pies más descalzos. El bueno
quieto apoyado en el lecho, el de madera alegre, moviéndose inquieto. Lleno de
escamas verdes. Escurridizo. Incapaz de dibujar precipicios. Intento imaginarme
la selva, su piel negra, los dibujos de su ropa. Pero se me escapan. No lo
consigo. El hatillo lleno de los alambres que le salen por la boca está anudado
a un lado. Pero ahora no importan. Aunque se retuerzan.
Paulina echa el cuerpo hacia atrás en la orilla. Sin sacar los pies del agua. Siente su espalda tumbada, el descanso en la nuca. Le suenan las tripas. Escucha sus tripas. Siente el cerebro enfriándose con la tierra, el pie este izquierdo que se le escapa, da igual en la tierra que en el agua. Como si no fuera suyo.
Paulina echa el cuerpo hacia atrás en la orilla. Sin sacar los pies del agua. Siente su espalda tumbada, el descanso en la nuca. Le suenan las tripas. Escucha sus tripas. Siente el cerebro enfriándose con la tierra, el pie este izquierdo que se le escapa, da igual en la tierra que en el agua. Como si no fuera suyo.
Intento imaginármela riendo en el río pero está demasiado cansada. Le dibujo el deseo trepándole
los muslos, pero incluso así, Paulina se duerme. Como si hasta ahora solo
pudiera ser piernas, una coja, sin resto de forma en el cuerpo. De no dormir. Demasiado cansada
de andar enterrando estrellas caídas todas las noches. De andar vendiendo
fetiches en el mercado todos los días. La dejo estar. Cierro yo también los ojos y a tientas
vuelvo a su casa con el patio gris.
Lo encalo. El geranio que no quise comprarme esta mañana ha florecido en mitad. Han desaparecido los arriates de espinos. Como un Guernica sin Guernica, solo con flor.
Lo encalo. El geranio que no quise comprarme esta mañana ha florecido en mitad. Han desaparecido los arriates de espinos. Como un Guernica sin Guernica, solo con flor.
Volvéis. Nos sentamos en el rebate de la
entrada de la casa. Los perros son perras y mueven el rabo. Como si no
estuvieran hechas de pan duro. Me siento feliz. Paulina, Doris Lessing y yo.
Leales entre nosotras. En silencio. Mirando al frente. Nos hacemos color. Violeta. Amarilla.
Yo soy marrón. Como una lluvia de barro. Sonrío, me siento acompañada, les doy la mano.
Es domingo por la tarde y leo ‘El cuaderno dorado’ de Doris Leasing de las mujeres libres que se sientan en rebates para mirar al frente si les da la gana. La ropa tendida. Me suenan las tripas de sirena de Paulina dentro. En un concierto glorioso de chasquidos de leona sin cojera. Busco mis manos, mis ojos.
Es domingo por la tarde. Intento escribir pero solo consigo quedarme en la superficie. Caótica. Enredada. A manotazos. Quizá simplemente sea que no pueda escribir desde donde no estoy.